Existe una raya muy fina entre que te gusten los gatos y que te obsesionen los gatos. Y la mala noticia es que todo el mundo se dará cuenta cuando cruces la raya. Todo el mundo menos tú, claro. ¿Cómo sabes cuándo te estás pasando de vueltas?
Estos son los cinco síntomas de que tienes un problema:
1. Llevas una lata de comida de gato en el coche.
O si no tienes coche, llevas una lata de comida de gato dentro del bolso. Todo empezó aquella vez que estabas fuera de casa y te cruzaste con un gato callejero, y asumiste que el pobre estaba muerto de hambre, y te sentiste fatal por no poder darle nada para comer. Así que cuando volviste a casa decidiste que no te iba a volver a pasar, agarraste una lata de comida de gato y la metiste en la guantera (o en el bolso). Y desde entonces hasta hoy. Cuando haces esto ya estás en nivel rojo. Ya no hay vuelta atrás. Oficialmente estás como una regadera.
2. Cuando vas paseando, los gatos salen a tu encuentro.
Una de dos: o se ha corrido la voz entre la colonia de gatos de tu barrio de que eres una gatoadicta o apestas a gato y los callejeros ya te reconocen como una igual. Sea como sea el caso es que cada vez que sales de casa terminas cruzándote con uno de esta especie. Y aunque la mayor parte de los gatos del mundo esquivan a los humanos y nunca se dejan coger, tú has encontrado a todos los gatos que suponen el 0,5% del resto de gatos del mundo. Empiezas a pensar que se ha corrido la voz de que eres una loca de los gatos y todos los gatos callejeros llevan una foto tuya en el bolsillo y te acechan detrás de las esquinas para que te los lleves a tu casa.
3. Has pensado seriamente en tatuarte un gato.
O peor aún: ya lo has hecho. Has convertido al gato en la imagen de tu vida y estás convencida de que si fueras un animal serías uno de ellos. O que lo fuiste en la otra vida. O que la mujer-oculta-en-ti es en realidad un Maine Coon. Miras a un gato y te ves reflejada en sus gestos, en su indiferencia hacia el mundo, en su independencia, en su individualidad. No es que te gusten los gatos. Toda tú eres un gato.
4. En el frigorífico tienes pegada con un imán la cartilla del veterinario de tu gato
Has puesto un papel en tu frigorífico sujeto con un imán en el que tienes apuntadas las dos inyecciones de Program anuales, las pastillas para desparasitarle internamente cada cuatro meses, el calendario de las vacunas y el peso del gato en la última revisión del veterinario. Aunque en realidad no te hacen falta porque eres capaz de citar de memoria cualquiera de esos datos si alguien te lo preguntara (algo que, por cierto, nadie hará nunca). No. Esto tampoco es normal. O si no contéstame a esta pregunta ¿qué mes te toca la próxima revisión dental? ¿y la próxima visita al ginecólogo?. No vale mirar.
5. Tienes un blog de gatos.
Y lo actualizas regularmente. Y has creado a su alrededor una red de personas que también tienen un blog de gatos y te pasas al menos cada dos días para comprobar sus actualizaciones. Te engañas a ti misma diciéndote que tienes un blog de gatos porque te encanta escribir pero sabes que te mientes. Tienes un blog de gatos porque necesitas hablar de ellos y no conoces a nadie que esté tan loca por ellos como tú. Así que hablas sola. O lo que es lo mismo, te has abierto un blog. Esta es otra señal en zona roja. Ya no tienes vuelta atrás.
5 de 5. Soy, oficialmente, una gatopirada.